Nina Beier (Denmark, 1975)
Liquid Assets (Zapata), 2013
Bronze casts on glass vitrines
Vitrine 1: 96.5 x 178 x 51 cm
Vitrine 2: 96.5 x 152.5 x 51 cm
Vitrine 3: 96.5 x 122 x 51 cm
Nina Beier (Denmark, 1975)
Liquid Assets (Zapata), 2013
Bronze casts on glass vitrines
Vitrine 1: 96.5 x 178 x 51 cm
Vitrine 2: 96.5 x 152.5 x 51 cm
Vitrine 3: 96.5 x 122 x 51 cm

Nina Beier, Liquid Assets (Zapata), 2013

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Tres vitrinas como de escaparate le dan la bienvenida al visitante. Bienvenido a Amexica, a México, a América, a un país, a un imperio, a un continente cuyas fronteras se expanden tan lejos como lo permite la imaginación, la política migratoria en turno, o las tecnologías móviles que nos unen virtualmente a nuestros países de origen, a los símbolos que definen a lo que en realidad son territorios fluctuantes.

La vitrina, en vez de souvenirs kitsch, llaveros con piedras del sol de plástico, ídolos aztecas de pasta, postales con las pirámides de Teotihuacán o caballitos para tomar tequila, contienen los símbolos desmembrados de la revolución. Las espuelas, la pistola, la hebilla de Emiliano Zapata fundidas en bronce, como si se las hubieran robado al difunto después de haberle tomado ese infame retrato en donde lo vemos hinchado, como ahogado de borracho, pero en cambio ensangrentado y muerto. Lo invaluable sí tenía precio después de todo, y los significados que pensábamos estaban hechos de piedra cincelada en mármol ceremonial se escurren, se escapan de nuestras manos, de los libros que deben ser reescritos, de los contenedores que pensábamos herméticos, de nuestros prejuicios, de los puntos ciegos de la historia. Esta es mi revolución, si no te gusta, te vendo solo los fierros.

Three storefront cabinets welcome the visitor. Welcome to Amexica, Mexico, America, a country, an empire, a continent whose borders expand as far as allowed by the imagination, and the immigration policy in turn, or the mobile technologies that virtually unite us to our countries of origin, or to the symbols that define what are in reality, fluctuating territories.

Instead of kitsch souvenirs, plastic keychains with sun stones, toys of Aztec idols, postcards with the Teotihuacán pyramids or tequila shot glasses, the glass cabinets contain the dismembered symbols of the revolution. The spurs, the pistol, the buckle of Emiliano Zapata cast in bronze, as if they had been stolen from the deceased revolutionary after that infamous portrait was taken, in which we see Zapata bloated as if drunk, but instead just bloody and dead. What was priceless did actually have a price after all, and the meanings that we thought were made of stone chiseled in ceremonial marble slip away, and escape from our hands, from the books that must be rewritten, from the containers that we thought hermetic, from our prejudices, from the blind spots of history. This is my revolution, if you don't like it, I will only sell you the metal scraps.