Espacio ritual donde no podemos estar, 2018, oil on canvas, 180 x 700 cm
Espacio ritual donde no podemos estar, 2018, oil on canvas, 180 x 700 cm

Giovanni Fabián Guerrero, Espacio ritual donde no podemos estar, 2018

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Cherán, una de las comunidades con la tasa de homicidios más baja de México, comunidad purhépecha, indígena, autónoma desde que en 2011 decidió tomar control de la espiral de violencia en la que el narcotráfico la había sumergido. Giovanni Fabián Guerrero, artista cheraní, no sabía que era p’urhépecha hasta la adolescencia, y hoy lamenta no haber crecido hablando su lengua indígena, ignorando los ritos que le dan sentido al mundo en su cultura de resistencia, buscando en el exterior lo que terminó encontrando en el seno de su comunidad. Desde que el movimiento armado comenzó, un proceso de re- educación se ha instalado en la vida diaria del artista que ve la pintura como una de las expresiones de su faena, término por el que se conoce al trabajo colectivo no remunerado que todo vecino le debe a su comunidad. . La faena diaria de Giovanni incluye organizar talleres, hacer murales públicos, trabajo de campo e investigación, participación en asambleas y acciones comunitarias, ser parte de los ritos y festividades  según las ocasiones. Un lienzo se mantiene inacabado mientras permanezca en su estudio, del mismo modo que la faena es un proceso siempre abierto, flexible a las realidades cambiantes.

Mucho antes de conocer la historia de los muralistas mexicanos mientras estudiaba artes plásticas en la universidad, fueron las revistas de street art y el manga japonés los que inspiraron profundamente su obra. En “Espacio ritual donde no podemos estar”, reconocemos sus influencias. La obra dividida en 5 paneles de dos por 1.4 metros cada uno, muestra una escena sobrenatural en la que se ven rastros de distintos rituales entremezclados, el sacrificio del toro es el espacio ritual proveniente de la experiencia ceremonial wirarika.  El sincretismo religioso presente en las comunidades indígenas y sus  acciones ceremoniales se ha llevado desde 2011 a las plazas públicas para extender su conocimiento a los más jóvenes, en reconocimiento que son esos ritos los que crean cohesión en una comunidad que había perdido su identidad colectiva.

En la base de los árboles representados y a lo largo de toda la escena, reconocemos pequeños seres que nos recuerdan a los espíritus del bosque en las animaciones del japonés Hayao Miyazaki. Al extremo izquierdo un anciano contempla la escena con un esqueleto luminoso, un espíritu que parece cuidar sus espaldas. Al extremo

derecho, un hombre de pie –representación del padre del artista fallecido hace 8 años– en un espacio azul, líquido, observando la síntesis de los ritos indígenas y cristianos, éstos simbolizados por un hombre encapuchado como durante algunas celebraciones de la pascual católica. Aves, animales domésticos, plantas y árboles dan ritmo a la composición que por sus colores nos sumerge en un ambiente nocturno, pero en el centro del cual nos encontramos con un núcleo carmín que palpita destellos luminosos. Una “C” y una “H” de “Cherán” lo flanquean y frente a un sol dorado se ubican una serie de personajes femeninos, representación de las ancianas sabias dedicadas a la diseminación de los ritos mágicos, de sanación y otras prácticas más oscuras por las que se conoce localmente a la comunidad cheraní, según me explica el artista.

“Espacio ritual donde no podemos estar”, es una de las únicas pinturas en una colección que se precia por su casi total ausencia, un mural que expone los usos y costumbres específicos de un pueblo único en México desde tiempos prehispánicos, pero un mural que al mismo tiempo trasciende toda especificidad geográfica para convertirse en una alegoría de la vida y la muerte, de nuestro paso ciego por una tierra que está cargada de historias, fuerzas y energías que no podemos reconocer sino a través de las enseñanzas de nuestros mayores. En palabras del artista, “las respuestas están aquí”.

Cherán, one of the communities with the lowest homicide rate in Mexico, a P’urhépecha, indigenous, autonomous community ever since in 2011 its people organized and decided to take control of the spiral of violence in which drug trafficking had submerged it. Giovanni Fabián Guerrero, a Cheraní artist, did not know that he was P’urhépecha until adolescence, and today he regrets not having grown up speaking his indigenous language, ignoring the rites that give meaning to the world in this ancient culture of resistance, looking abroad for what he ended up finding within his own community. Since the armed movement began, a process of re- education has been installed in the daily life of the artist who sees painting as one of the expressions of his faena, the collective unpaid that every neighbor owes its community. Giovanni's daily faena –task– includes organizing workshops, making public murals, participating in the cleaning of the town, being part of the rites according to the occasions. A canvas remains unfinished as long as it remains in his studio, in the same way that the faena is a porous process, open to changing realities.

Long before learning about the history of Mexican muralists while studying fine arts at university, it was street art magazines and Japanese manga that deeply inspired his work. In “Ritual space where we cannot be”, we recognize his influences. The large mural divided into 5 panels of two by 1.4 meters each, shows a supernatural scene in which traces of different intermixed rituals are seen, such as that of the bull (known as the rite of the petate bull), or other rites of the wixarika cosmogony that were previously performed only in domestic settings, and that since 2011 have been taken to public squares to extend their knowledge to the younger ones, in recognition that it is these rites that create cohesion in a community that had lost its collective identity.

At the base of the represented trees and throughout the scene, we recognize small beings that remind us of the forest spirits in the animations of the Japanese Hayao Miyazaki. On the far left, an old man contemplates the scene with a luminous skeleton, a spirit that seems to watch his back. At the extreme right, a man standing

–representing the artist's father who died 8 years ago– in a liquid blue space, observing the synthesis of indigenous and Christian rites, these symbolized by a hooded man as during some celebrations of the Catholic Easter. Birds, domestic animals, plants and trees give rhythm to the composition which, due to its colors, immerses us in a nocturnal environment, but in the center of which we find a carmine nucleus that beats bright flashes. A "C" and an "H" for "Cherán" flank the central panels and in front of a golden sun are a series of female characters, representing the wise old women dedicated to the dissemination of magical rites, healing and other darker practices for which the Cheraní community is known locally, as the artist explains.

"Ritual space where we cannot be", is one of the only paintings in a collection that prides itself on its almost total absence, a mural that exposes the specific uses and customs of a unique people in Mexico since pre-Hispanic times, but a mural that transcends all geographic specificity to become an allegory of life and death, of our blind passage through a land that is loaded with stories, forces and energies that we cannot recognize except through the teachings of the elders. In the artist's words, "the answers are here".